Talento y dificultad de aprendizaje, dos caras de la misma moneda

Lo cierto es que ahora mismo no es políticamente correcto hablar de ello.Pero cada vez más voces se extienden en torno a una idea: nuestro sistema educativo actual, presumiendo de equidad, no es justo para los alumnos.Porque supone tratarlos a todos por igual, ofrecerles la misma oportunidad de mínimos, independientemente de sus capacidades y potencialidades.
Términos como promoción de la excelencia o desarrollo de potencial, en el caso de alumnos con especial talento,y también adaptación metodológíca o enfoque multisensorial,en el caso de alumnos con dificultades específicas; simplemente no son manejados en ninguna instancia educativa, bien por desconocimiento, bien porque no se tiene idea de la magnitud estadística del asunto, ya que tanto el talento como la dificultad de aprendizaje no son detectados
 sistemáticamente.
Os enlazo un artículo de Javier Tourón, profesor del Departamento de Educación de la Universidad de Navarra,en donde plasma una serie de reflexiones sobre el cultivo del talento como principal activo de las sociedades modernas para que se consiga el progreso social y económico; del que me permito extraer algunos párrafos para la reflexión más amplia en torno a la necesidad de agrupaciones escolares flexibles y no graduadas en función de la edad sino del potencial o de la especificidad de cada alumno:

En el pasado las escuelas estaban organizadas en función de la competencia de los escolares, no de su edad .La universalización de la educación, indudable logro de la modernidad, ha llevado a organizarla en función de la edad, pasando de un modelo de escuela no graduada a otra graduada en función de este criterio.
Este enfoque organizativo tiene efectos negativos evidentes para el desarrollo de los escolares, particularmente de los que se apartan significativamente de la media de su grupo. En efecto, una escuela que agrupa a los alumnos en función de la edad está asumiendo implícitamente que todos los alumnos de la misma edad tienen las mismas necesidades educativas, y que su progreso y velocidad de aprendizaje no serán muy diferentes. Todos sabemos que esto no es así. Las diferencias en capacidad entre alumnos de la misma edad pueden ser equivalentes a varios años de escolaridad.
Y si bien es cierto que la escuela tiene un papel preponderante en la formación académica y el desarrollo intelectual de los estudiantes, también lo es que se precisan otros agentes para dar una respuesta eficaz a las complejas necesidades educativas de muchos escolares.
Ya no se trata de transmitir contenidos, que por otra parte estarán desfasados en poco tiempo, sino de fomentar hábitos intelectuales. Aquí reside una de las claves y el mayor de los reto del sistema educativo en una sociedad en la que los resultados fáciles a corto plazo priman sobre cualquier otra consideración.
La importancia de las nuevas tecnologías reside a mi juicio en dos aspectos básicos: la diferente función que adquieren en el proceso de enseñanza-aprendizaje profesor y alumno, permitiendo un desarrollo de capacidades diferentes, tanto para unos como para otros y en que el tratamiento de la información ya no es lineal y permite estructuraciones diversas. Por eso la clave ahora es una educación que fomente hábitos intelectuales (sociedad del conocimiento), en lugar de la mera transmisión de conocimientos (sociedad de la información).
Pero la equidad habría que entenderla en relación con la igualdad de oportunidades, que exigirá que cada alumno reciba la educación que sus condiciones personales requiere, no que todos los alumnos reciban la misma educación. Y mucho menos entenderla como igualdad de resultados. Esto es otra manifestación de la orientación al alumno medio y al grupo.

La gradación obligada del currículo, un mismo programa, desarrollado de modo espiral y a la misma velocidad para todos los alumnos de la misma edad, porque todos son iguales. Esta postura no resiste el más mínimo análisis crítico.

Ciertamente que hay pautas de desarrollo relativamente comunes para las diversas edades, pero ignorar las disincronias que se dan en estas pautas es simplemente trágico. Sería más honesto reconocer abiertamente que se procurará una misma educación para todos porque por principio no se admite la diversidad. Lo perverso de la situación es que se proclame la diversidad como principio pero se actúe como si esta no se diese en grado alguno, con lo cual las “conciencias pedagógicas” se tranquilizan mientras los problemas reales se quedan sin respuesta.

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